14.11.12

Historias de la vieja Ruth


   Los inquilinos que recibo en mi casa siempre han resultado una fascinación para mí. Puedes conocerles la intimidad y convertirlos en sujetos de estudio sin entablar una amistad muy profunda. Te pagan la renta y recibes compañía gratis de vez en cuando.

    Cuando conocí a Ruth siempre me pareció una persona fascinante. Se trataba de una vieja impertinente de 65 años cuyos tatuajes, perforaciones y cabello pintado denotaban una vida llena de locuras. Siempre tenía historias que contar para cada situación. Pero hay algo aún mas particular en ella: no paga renta además de que lleva 15 años de muerta. Y a pesar de que nadie la ve ni la oye, siempre puede deambular por ahí espiando a todos y enterándose de sus secretos e intimidades. Al final cuando decide aparecerse, a forma de inventario me hace saber de los chismes de la casa; que en ocasiones son útiles, y en otras son cosas que preferiría no saber. A veces en sus momentos de mayor lucidez logra mover objetos, lo cual pone con los pelos de punta a los huéspedes aunque para mi solo ha resultado una forma de entretenimiento.
   
    Ahora les contaré alguna de estas anécdotas. Rafael ha sido uno de mis fieles huéspedes hasta ahora. En ese entonces se preparaba para ingresar en un seminario, pero en ese tiempo tuvo algunos problemas económicos. Hacía ya varios meses que estaba retrasado con la renta y fui a su habitación para cobrarle o correrlo en el peor de los casos. Toqué a la puerta en repetidas ocasiones sin respuesta. Sabía que estaba ahí pero seguro se hacía el dormido o el loco, hasta que empecé a escuchar un ajetreo en el interior.

-¡Rafa! ¿Estás ahí?
-¡Si, ya salgo!
El desbarajuste siguió escuchándose y él no salía.
-¡Rafa! ¿Estás bien!
La puerta se entreabrió y él se asomó.
-Rafa, tengo que hablar seriamente contigo.
Lucía bastante desaliñado, pero aún así me permitió entrar en el cuarto.
-Me voy a ver en la pena de presionarte para que pagues la renta o si no, de una vez pedirte 
 que te reti-¡Zaz! – no pude completar la frase y quedé estupefacta.

    La puerta de su armario se abrió completamente de golpe y como un resorte salió de él una enorme muñeca inflable de plástico que al parecer estaba apretujada dentro. Si, ya saben… de esos juguetes sexuales que usan algunos hombres. A un lado de la puerta del armario se encontraba la vieja Ruth mofándose de lo sucedido.

-¡Ya te lo había dicho! ¡Éste no es más que un pobre “necesitado” de Dios! – lo dijo con ironía.

-No es lo que crees, eso … eso es….. es… para el curso de RCP que estoy tomando.- dijo Rafael estúpidamente sin saber cómo ocultar tan tremendo traspié.

Después de eso decidió abandonar su idea del seminario y entro a enfermería…

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